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"Nada podemos esperar sino de nosotros mismos"   SURda

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04-07-2010

 

 

 

 

El nacionalismo y el fútbol

SURda

Julio A. Louis

 

El feudalismo se caracteriza por sociedades agrarias, escaso desarrollo tecnológico, comarcas aisladas entre sí, comercio mínimo, caos monetario, barreras impositivas, jerarquías rígidas, multiplicidad de dialectos locales. Cuando la burguesía mercantil se desarrolla, irrumpe en las feudos, rompiendo las barreras impositivas, monetarias, de pesas y medidas, de culturas. Cualquier estructura económica que pueda desplegarse en un mercado más amplio, en espacios más extensos, que disponga de mayores recursos, materias primas, puertos, etc. se vitaliza y consolida. En los albores de la modernidad europea los feudos ceden paso a las naciones, con sus estados, superestructura del desarrollo de la burguesía. En ´nuestra América' las proto-burguesías intermediarias, dependientes, “de hojalata” al decir de J. P. Sartre, optaron por coaligarse a las potencias coloniales para explotar a los pueblos y se conformaron con el surgimiento de naciones de soberanías limitadas.

Cuando el capitalismo se ha mundializado –el fenómeno conocido como ´globalización'- las naciones modernas resultan chicas para contener la expansión de las fuerzas productivas y de las actividades financieras. Una nueva superestructura integradora se requiere. Lo vive Europa, que ha abierto paso a la supranacionalidad de la Unión Europea; y el mundo todo, tiende a la creación de grandes espacios supranacionales. En ´nuestra' América la tendencia se expresa con la creación del MERCOSUR, UNASUR (Unión de Naciones Sudamericanas), CELAC (Comunidad de Estados Latino Americanos y Caribeños), etc.

Las transformaciones ideológicas vienen con retraso respecto a las económico-sociales. La ideología- -considerada como el conjunto de ideas elaboradas en diversas áreas de la actividad, o las actitudes y comportamientos sociales- se expresa a nivel mundial con fuerte presencia, en el deporte de masas más popular: el fútbol. En particular, en Uruguay es en derredor de “la celeste” que se exterioriza más que en ninguna otra actividad el sentimiento nacional.

El Estado Oriental del Uruguay (la primera denominación) nace como estado y no como nación. Después de décadas –en las que se sigue comportando como una provincia más argentina aunque agredida por Brasil- al final de la Guerra de la Triple Infamia contra Paraguay (1870) la separación se asienta y progresivamente sea abre paso la nación uruguaya y ya no la orientalidad anterior. ¿Cómo se presentó al mundo? A nivel popular, ninguna otra expresión tuvo la fuerza del fútbol, que nos hizo conocer y respetar a nivel sudamericano –desde que en la década del 10 se obtuviera más de una vez el título de campeón, como a nivel mundial, a través de la presencia victoriosa en los Juegos Olímpicos del 24 y 28 y en los Mundiales del 30 y 50.

Son muy expresivas de ese sentimiento general, las palabras del “Indio” Arispe, jugador de Rampla y campeón olímpico del 24, que recoge Juan C. Puppo, en las “Crónicas de El Hachero”: “Para mí, la patria era el lugar donde, por casualidad nací... Era el lugar donde trabajaba y se me explotaba... ¿Para qué precisaba yo una patria? Pero fue allá, en París, dónde me di cuenta cómo la quería, cómo la adoraba, con qué gusto hubiese dado la vida por ella. Fue cuando vi levantar la bandera en el mástil más alto! Despacito; como a impulsos fatigosos. Como si fueran nuestros mismos brazos, vencidos por el esfuerzo, agobiados por la dicha quienes la levantaron. Despacito... Allá arriba se desplegó violenta como un latigazo y su sol nos pareció más amoroso que el de la tarde parisién. Era el sol nuestro... Abajo, las estrofas del himno que llenan el silencio imponente de muchos miles de personas sobrecogidas por la emoción. Entonces sentí lo que era patria!”

El internacionalismo –el respeto y el amor por todos los pueblos- no es antagónico al sentimiento de pertenencia, de arraigo. Preservémonos de los que no tienen raíces, de los que no sienten pasión por los suyos, pues no tendrán escrúpulos para agredirlos. El sentimiento de arraigo preserva la cultura, la modalidad de una comunidad. En nuestro caso, el fútbol, nunca lo olvidemos, ha hecho respetar a Uruguay en el mundo. Y el deporte como tal, no es responsable del patrioterismo machista y chabacano, insultante contra “los otros”.

Pero ahora, la pertenencia tiende a no ser ya solamente, uruguaya. ¿Quién de nosotros no deseó la victoria paraguaya contra Italia? ¿O la chilena contra España? Un niño entrevistado en televisión, dijo que si Uruguay perdía, hincharía por Brasil. Muchos también queremos que Argentina triunfe contra los europeos. Muchos -y no todos, es cierto- porque sin comerla ni beberla todos los argentinos pagan el tributo a la soberbia de la burguesía porteña que prefirió preservar sus privilegios a costa de despedazar la nacionalidad emergente, desprendiéndose de Bolivia, o Uruguay o agrediendo a Paraguay, a quienes consideraba ajenos. Sentirse latinoamericano, o más ampliamente, simpatizar con los africanos o con otras selecciones del “Sur” pobre, es la inevitable consecuencia del mundo escindido en centro-periferia.

 

 
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